29 de agosto de 2016

EL SUEÑO DE AMEL


Hace años, en mi época de estudiante en Granada, solía subir a los jardines del Generalife y contemplar desde allí las bellas puestas de sol de la vega granadina. Una tarde se sentó junto a mí un  anciano de barba blanca y rala, de porte noble y faz morena. Me hablaba mezclando el castellano con el ladino, lengua que utilizan los sefardíes y dijo ser descendiente de Ben Abuz, sabio y astrologo judío que habitó Granada en la época de Boabdil.
Vino a contarme algunas historias heredadas de generación en generación y entre ellas recuerdo esta por su especial significado.
Allá por las tierras de Arabia, vivía un muchacho de nombre Amel dedicado a la agricultura y ganadería. Tenía una casa, con una pequeña huerta. Al lado de esta crecían dos palmeras y a pocos metros se levantaba el brocal de un pozo.
Muchas noches Amel soñaba de forma repetitiva que veía un gran palacio, con escalinatas de bellos mármoles y columnas de jade, en el que habitaba un rey bueno y justo con sus súbditos. Obsesionado con el sueño, decidió ponerse en marcha y buscarlo.
Tras meses y meses de indagar y caminar al fin logró llegar a aquel palacio de sus sueños.
 Al subir las escaleras varios soldados de la guardia real le impidieron el paso, lo maltrataron y lo expulsaron de allí. Una y otra vez lo intentó hasta que fue hecho prisionero y llevado ante el rey para ser juzgado. El rey le preguntó cuál era la causa de su actitud. Amel le dijo al rey. : He hecho un largo viaje de meses y caminos para llegar hasta aquí, porque en mis sueños siempre aparecía este palacio y su rey, y quise encontrarlo. Cuando he llegado  me maltratáis y me hacéis prisionero. El rey ordenó que lo soltaran y le dijo:
 Mira, yo sueño todas las noches con una casa que tiene una huerta y dos palmeras y a pocos metros se levanta el brocal de un pozo. Y sueño que al lado del pozo hay un gran tesoro. ¿Tú crees que yo puedo dedicar mi vida a perseguir sueños, que solo son eso? Anda marcha de nuevo a tu casa y ocúpate de tu oficio, que es lo práctico.
Amel antes de irse le contestó: señor, los sueños nos hacen movernos como a mi ahora, y a veces siguiéndolos los hacemos realidades.
Amel emprendió el camino de vuelta a su hogar. Y llegó a su casa que tenía una huerta, y cerca de la casita dos palmeras y  a pocos metros, el pozo. Y excavó al lado del pozo y encontró el mayor tesoro del mundo.


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