14 de agosto de 2016

TIEMPOS Y SILENCIO



La combinación armónica de sonidos y tiempos es una de las definiciones de la música. Tiempo y sonido. La falta de sonido es el silencio. Afirmación cierta. Pero si nos damos cuenta en una composición musical hay elementos necesarios que dan cuerpo y sentido armónico a la melodía: los silencios.
Este binomio es aplicable en la misma proporción a otros ámbitos y, creo, que con iguales resultados.  El sonido no armónico es el ruido. Tenemos en demasiadas ocasiones excesos de ruidos. Del físico y del otro. Es aquí donde el silencio debe actuar de medicina.
La meditación del claustro requiere silencio, para encontrase a si mismo u otros entes o ideas que consoliden nuestra estructura espiritual.
La palabra hablada, la que se conversa, se acompasa sin duda con el silencio y le cede el papel de la expresión a la mirada, o a las manos y en ese juego el silencio actúa de árbitro y son otros los jugadores actores. Las respuestas entonces hay que hallarlas en unos ojos, en un gesto. El diálogo discreto requiere del silencio.  Esa reserva volitiva, impuesta de natural, sin esfuerzo nos marca sin duda la calidad del interlocutor que lo practica y genera valores como la confianza y la lealtad.
Recuerdo con admiración aquellos programas de Trece Noches en el que   Jesus Quintero y Antonio Gala dialogaron sobre temas como el amor, la  vida, la soledad, los mitos, y en los que ambos fueron maestros del verbo y sobre todo de la contemplación, el gesto. Fue un empate entre todas las herramientas que formaron parte de aquellos diálogos.  Intento ser alumno en prácticas de este lenguaje no verbal y escuchar reflejos de pupilas, susurros de manos…
Esta sintaxis de pensamientos y palabras son sin duda fruto de la ausencia de ruido. Ausencia buscada y necesaria. Huyo del ruido en todas sus versiones,  sin renunciar a ninguno de aquellos sonidos que me conducen equilibradamente hacia el interior propio y ajeno.


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